La tierra da vueltas sobre si misma, mientras gira entorno al sol. La luna constante, nos trae la noche. El mar incansable se agita en formas varias y da sonido al momento. El viento vigoroso y libre fluye a sus anchas creando sonatas, limpiando todo. En definitiva todo se mueve, pues somos movimiento, nuestro corazón late gracias al movimiento de los pulmones y nosotros nos movemos impulsados por la presión de nuestra sangre y la inquietud de nuestras ilusiones.
La ilusión es la esperanza con la que
esperamos que se cumplan nuestros objetivos más valiosos. Cuando digo
que no hemos nacido para una vida mediocre es porque nuestro cerebro necesita ilusión para funcionar correctamente, igual que nuestro corazón necesita bombear sangre.
Cuando vivimos sin ilusión, sufrimos un déficit en los neurotransmisores cerebrales de serotonina y dopamina, causantes a su vez del desequilibrio que originan los trastornos del estado de ánimo.
El ser humano tiene una tremenda necesidad de vivir de ilusiones. En esta línea, nuestro cerebro dispone de un perfecto sistema en el que se optimizan todas nuestras capacidades en post de conseguir nuestros sueños.
De esta forma, podremos experimentar el placer imaginado. Así, cuando
deseamos algo se producen cambios en nuestro cerebro, especialmente un
aumento de los niveles de dopamina en el sistema límbico, lo que nos produce una gran fuente de bienestar.
La
relevancia que ha adquirido la corriente de la Psicología Positiva
durante las últimas décadas ha destacado precisamente el papel de la
ilusión como motor de nuestras acciones El objetivo de
esta rama de la Psicología trasciende el hecho de estudiar la
enfermedad, para pasar a estudiar a personas que son plenamente felices o
exitosas y responder a la pregunta de por qué lo son.
"Una persona ilusionada puede ir mucho más allá de lo que cabría esperar por sus logros del pasado"