Que tire la primera piedra quien no haya albergado resentimiento o rabia
alguna vez en su vida. Tendemos a quedarnos atrapados en malestares que
no facilitan que podamos transcender esa negatividad, afectándonos
incluso hasta a nivel físico.
Por lo que nos convertimos en las
principales víctimas de nuestro propio odio. Lo cuál me recuerda a un
sabio cuento sufí titulado “La prisión del odio”. El cuento narra la
historia de dos hombres que habían compartido injusta prisión durante
largos años. Los maltratos, las humillaciones y los insultos estaban a
la orden del día. Afortunadamente consiguieron salir libres de allí y se
volvieron a reencontrar pasados unos años. Al verse uno de ellos le
preguntó al otro: ¿Alguna vez te acuerdas de los carceleros?. A lo que
el amigo contestó: No, gracias a Dios ya lo olvidé todo, ¿y tú?. La
respuesta fue contundente: Yo continúo odiándolos con todas mis fuerzas.
El amigo lo miró por un instante con ojos compasivos y le dijo: Lo
siento mucho por ti. Si eso es así, significa que aún te tienen preso.
cada persona es responsable de sus propios sentimientos,
independientemente de lo que nos hayan hecho, en nuestras manos estará
el poder de transformar ese dolor en aprendizajes que ayuden a nuestro
crecimiento personal.
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